viernes, 1 de julio de 2016

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS DE LEONARDO PADURA



Mi corazón comenzó a ser presa de la angustia; en la página 638 sentía que se salía del pecho a pesar de saber el desenlace de ese capítulo en el que Ramón Mercader asesina a Trotski. Me comía de a dos o a tres las palabras, el estómago se anudaba mientras el asesino debate mentalmente sobre si hacerlo o no, y en qué momento clavar el piolet sobre la cabeza de la víctima. Fue insufrible. Peor cuando terminé la novela y recurrí al internet para ver físicamente como era Sylvia Ageloff, que describe Padura como una mujer nada agraciada, y me encontré con la cara de Ramón y a Trotski. Imágenes atroces. Mi alma se sintió profundamente triste. No importa la época, ni quién y a quién. Es todo. Por algún lugar Nietzsche y Unamuno mencionan en sus obras Homo sum; nihil humani a me alienum puto:  “nada humano me es ajeno”, frase de Publio Terencio Africano en su obra “El enemigo de sí mismo”.
Nada humano me es ajeno, pero no deja de aterrarme… así como las cosas extraordinarias no dejan de sorprenderme.
Padura se lleva mis palmas por la manera tan extraordinaria de relatar esta historia que fue una película en mi cabeza, un rompecabeza cuyas piezas fueron encajando en lo poco o nada que conozco de la historia -en el sentido del mundo de “1984” de Orwell, en todo lo que he leído apasionadamente sobre el lenguaje, en el peligro para el pueblo de cualquier movimiento político que lideree un gobierno, en la idea de que al final muy en el fondo y a pesar de estar “absolutamente convencidos” de que lo que creemos como lo verdadero y necesario sólo es un momento-, porque el mundo no para de girar y una sola cabeza no es suficiente para alcanzar a mirar absolutamente todas las cosas que implica un segundo de la historia. No somos nada. “La soledad de los espacios vacíos me aterra”, solía decir Pascal.
“El hombre que amaba a los perros” es la narración de la vida de León Trotski (Liev Davídovich) hasta su asesinato, en paralelo con la de Ramón Mercader, su asesino. Definitivamente es una novela que me ha aportado infinidad de información histórica y cuestionamientos sobre el cochinero del poder en un suspenso que devoró mis uñas.
También me llenó de congoja por el sentimiento humano, sentimiento real porque dentro de la ficción de esta obra está la historia. El dolor de Trotski, de su esposa Natalia Sedova, el de Sylvia Ageloff y los horribles momentos que imagino habrá pasado al descubrirse engañada, ¡qué engaño tan humillante! Me conmovió hasta el del mismo Ramón Mercader cuando se cuestiona lo que ha hecho -eso no disminuye lo monstruoso de sus actos (ni los de Trotski)-. A Josef Stalin no hay manera de considerarlo, deseo que esté ardiendo en el infierno. Y en el mismo círculo de Adolf Hitler, a quien desdeñaba y al final terminó por centuplicar sus hazañas criminales y racistas. Legando hasta hoy un comunismo putrefacto en dictaduras de pacotilla… hacia las que la ignorancia de la izquierda prefiere callar y otorgar un  crédito que las inmortaliza y las defiende.
La descripción de Diego Rivera encaja con la idea que he tenido de él desde hace algunos años (rojo de dientes para afuera: como Picasso, Neruda, Siqueiros y muchos más), al igual que de Frida. La contradicción de los que se preocupan por cambiar la historia injusta del pueblo y se reúnen en chalets a discutirlo entre las mejores viandas, whisky, tequilas añejos y reposados, vinos importados  y unas buenas orgías (conste que no es envidia ni mojigatería). Fundando cárceles y provocando éxodos y hambre en sus pueblos. Que aplauden discursos vacíos y crímenes injustos. Carlos Monsiváis hablaba de "lo peligroso de la ignorancia de la izquierda". Hanna Arendt se refería a la “banalidad del Mal” y a las ovejas que aprietan botones para decidir acerca de las vidas ajenas… o se contentan con “diminutas revoluciones desde Facebook” para decir a sus colegas que “marcha con las ruedas de la Historia” y contribuye con sus mediocres “like” al cambio sociocultural y político de su barrio virtual. En 1951, la esposa de Trotski se separó de todo lo que tuviera que ver con comunismo, abominando de todos.
Si algo tuvo Trotski fue que dijo la Verdad, pero como Casandra, nadie creyó en su claridad de visión.
Leonardo de la Caridad Padura Fuentes, novelista cubano conocido internacionalmente por su serie de novelas policiacas protagonizadas por el detective Mario Conde: Pasado perfectoVientos de cuaresmaMáscarasPaisaje de otoñoAdiós, HemingwayLa neblina del ayer y La cola de la serpiente, traducidas a numerosos idiomas y merecedoras de premios como el Café Gijón, el Dashiell Hammett, el Premio de las Islas y el Brigada 21.

Escrito por Alicia Ayora Talavera 

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