lunes, 28 de marzo de 2016

1984 DE GEORGE ORWELL



Como otras obras de ficción que he leído, 1984 parece ser el cumplimiento en proceso de un desesperante vaticinio.
Cuando la historia de un libro refleja una cercanía a la realidad bastante desoladora, continúo leyendo con la esperanza de un final que deshaga mis angustias.
George Orwell en 1984 me deja un sentimiento de ansiedad ante la innegable verdad del uso del lenguaje como el arma perfecta para controlar todo lo que está en nuestras narices. Ese control lo vivimos todos los días, está presente en la masificación ideológica de cualquier discurso dominante, sólo hay que reducir todo a un término -la palabra felicidad por ejemplo- y podemos sentarnos en la butaca a ver lo que sucede.
La dictadura no es cosa del pasado ni la sofisticación tecnológica cosa del futuro.
El fanatismo no es exclusivo de las religiones ni la ignorancia de la falta de educación.
Las acciones ilícitas descaradas de gobiernos tiranos, hoy son ironías revertidas; cinismo que maquilla la verdad innegable de sus patrañas.
La manipulación de la realidad a través del lenguaje está en boga, y la necesidad humana de explicarse el mundo nos hace vulnerables a ella.
¿Podemos pensar o imaginar lo que no existe en nuestro lenguaje? He ahí el riesgo. A menor lenguaje, menor entendimiento del mundo y mayor riesgo de manipulación.
La historia sucede en Londres, ciudad perteneciente a Eurasia, una de las tres grandes potencias mundiales de 1984, dominada por el “Gran Hermano” y el partido único. Winston Smit trabaja como funcionario del “Ministerio de la verdad”, entidad encargada de controlar la información, falsear la realidad y manipular la opinión pública; decide rebelarse contra el gobierno totalitario que vigila hasta la respiración de los ciudadanos, castigando a todo aquel que pretenda delinquir con el pensamiento.
El vocabulario de la ciudadanía ha sido reducido a pocos términos compilados en el “Diccionario de la Neolengua”, cuidadosamente elegidos por el sistema; a lenguaje escaso ideas cortas. En Eurasia nadie pueda pensar más allá de lo que el mismo sistema requiere.
Suponiendo que estuviéramos destinados unos más, otros menos, a la docilidad o a la rebeldía, Winston vive en la angustia de ser descubierto al expresar con cualquier actitud, gesto, balbuceo en la inconciencia del sueño o reacción involuntaria del cuerpo -como el pulso acelerado- lo que denunciaría su ser insurrecto, el deseo y necesidad de libertad.
Prohibido el amor, el deseo sexual, hay que engendrar hijos sólo para beneficiar al partido. Todo se convierte en violación a la intimidad, a la emoción como asunto del pasado. Siendo obligatoria la racionalidad. Vivir humillado es realmente una condición aquí.
Winston se arriesga, transgrede todas las reglas del partido, se enamora de Julia para luego unirse a la ambigua Hermandad con la esperanza del cambio por mediación de O´Brien, comisario de la policía del pensamiento, un delator, el mismo que lo captura y lo entrega al ministerio del amor... donde sufre todas las vejaciones posibles, hasta que convencen al ingenuo disidente de que la rebelión es algo inalcanzable.
Para Winston Smit la salvación del futuro está en la clase proletaria. Estos son marginados que gozan de cierta libertad y los únicos que aún pueden ser salvados de la ignorancia.
G. Orwell es el seudónimo de Eric Blair, escritor británico, vivió varios años en Paris y Londres. Colaboró con los republicanos en la Guerra Civil Española; en la Segunda Guerra Mundial formó parte de la Home Guard y actuó en la radio Inglesa, experiencias que lo marcaron como un luchador contra las normas sociales establecidas por el poder político.
Entre sus obras están Rebelión en la Granja (1945), Días en Birmania (1934) y Sin Blanca en París y en Londres(1933).
1984 es la antiutopía o distopía más célebre de todas cuantas fueron escritas durante la primera mitad del siglo XX. En ella, Orwell presenta un futuro en el que una dictadura totalitaria interfiere hasta tal punto en la vida privada de los ciudadanos, que resulta imposible escapar a su control. ¿Te parece familiar la situación?
Leerlo nos ayuda a visualizar que todo aquello que hemos aplaudido es puro simulacro de poderes. No creas todo lo que lees para aplaudir... Los grupos humanos (políticos, militares, empresarios) siempre arrastran un interés mezquino que habrá que descubrir. ¿Te atreves a a leer 1984

http://www.ciudadocio.com.mx/libros/resena_libro.php?id=68

jueves, 3 de marzo de 2016

¿QUE CONFIANCITAS SON ÉSTAS?



La facultad de decidir (dicen de la llamada confianza en sí mismo) muchas veces se disfraza de dificultad o incapacidad de hacerlo cuando lo que está detrás o debajo -puede ser también al frente- es el temor de si lo que se decide será lo “correcto”. Si alguien lo sabe con certeza, que tire la primera piedra y que me pase el secreto.
¿No será que aquellos que sienten confiar más en sí mismos son los que tienen menos miedo de afrontar lo que sus decisiones les deparen? Será cuestión de preguntarles. 
Aún ante prolongadas de-li-be-ra-cio-nes cualquier decisión sólo toma forma en la acción, es decir, puede ser que convenga o no hasta haber actuado, por determinado período de tiempo desde un segundo, hasta una vida. Si supiéramos sin lugar a dudas que lo que elegimos es lo que conviene al 100% no habría punto de comparación ni toma de decisiones, simplemente serían acciones mecánicas sin sa-tis-fac-ción. Qué le pone intensidad y sabor a la vida sino ¡esos puntos de comparación! Ahora si lo que preocupa es la duda de poder afrontar lo que venga, al final de eso se encarga el instinto de supervivencia: los seres vivos buscamos instintivamente el bienestar y somos capaces de mucho, por no decir: somos capaces de cosas inimaginables. 
El asunto se complica con la idea desgastada de “confianza en el Otro”, sentimiento de seguridad de que ese Otro hará lo que nosotros consideramos correcto y esperamos que haga (atente o no en contra de su voluntad, deseo y libertad). 
¿No será que por eso hay taaaaanta gente traicionada, con la confianza hecha trizas o peorcito,  despojada de ella? Sin omitir el deseo de ahorcar y desquitarse con las maldades más macabras a quien falló al valor de la amistad, a la idea de compromiso, a las expectativas del afectado, a los apegos...parece no importar si las decisiones y acciones ajenas son mal intencionadas o deliberadas (me parece que se delibera partiendo de la propia experiencia, entendimiento y valor individual sobre las cosas), dato importante que puede beneficiar a la hora de lidiar con el dolor de las decisiones ajenas.  
¿Se debe de hablar de confianza en las relaciones o de un espacio de respeto a las decisiones propias y ajenas que promueva el asumir la responsabilidad de nuestros actos? ¡Ay! pero que difícil es entender que nadie tiene el menor derecho de imponer su voluntad sobre la ajena y que en la libertad de elegir, toda elección y acción tiene un precio. Intentar controlar metiendo las narices, juzgando, recriminando, obligando, chantajeando, limita o diluye la posibilidad de asumirse res-pon-sa-bles. Si señor. Otro gallo canta cuando se exponen los miedos y preocupaciones, bueno, aunque eso de hacer evidente que somos vulnerables es un riesgo, al menos se es honesto. Moverse en ese espacio de respeto es dejar de preocuparse por querer controlar a como dé lugar la voluntad ajena, pesada y desgastante tarea. 
Tengo la ligera impresión de que al final la confianza en las relaciones no se da ni se gana; se genera en un espacio de libertad mutua frente a decisiones deliberadas. Cuando se tiene la libertad de elegir, el único responsable es uno mismo, ni echar la culpa al otro nos salva.
En fin…