jueves, 3 de marzo de 2016

¿QUE CONFIANCITAS SON ÉSTAS?



La facultad de decidir (dicen de la llamada confianza en sí mismo) muchas veces se disfraza de dificultad o incapacidad de hacerlo cuando lo que está detrás o debajo -puede ser también al frente- es el temor de si lo que se decide será lo “correcto”. Si alguien lo sabe con certeza, que tire la primera piedra y que me pase el secreto.
¿No será que aquellos que sienten confiar más en sí mismos son los que tienen menos miedo de afrontar lo que sus decisiones les deparen? Será cuestión de preguntarles. 
Aún ante prolongadas de-li-be-ra-cio-nes cualquier decisión sólo toma forma en la acción, es decir, puede ser que convenga o no hasta haber actuado, por determinado período de tiempo desde un segundo, hasta una vida. Si supiéramos sin lugar a dudas que lo que elegimos es lo que conviene al 100% no habría punto de comparación ni toma de decisiones, simplemente serían acciones mecánicas sin sa-tis-fac-ción. Qué le pone intensidad y sabor a la vida sino ¡esos puntos de comparación! Ahora si lo que preocupa es la duda de poder afrontar lo que venga, al final de eso se encarga el instinto de supervivencia: los seres vivos buscamos instintivamente el bienestar y somos capaces de mucho, por no decir: somos capaces de cosas inimaginables. 
El asunto se complica con la idea desgastada de “confianza en el Otro”, sentimiento de seguridad de que ese Otro hará lo que nosotros consideramos correcto y esperamos que haga (atente o no en contra de su voluntad, deseo y libertad). 
¿No será que por eso hay taaaaanta gente traicionada, con la confianza hecha trizas o peorcito,  despojada de ella? Sin omitir el deseo de ahorcar y desquitarse con las maldades más macabras a quien falló al valor de la amistad, a la idea de compromiso, a las expectativas del afectado, a los apegos...parece no importar si las decisiones y acciones ajenas son mal intencionadas o deliberadas (me parece que se delibera partiendo de la propia experiencia, entendimiento y valor individual sobre las cosas), dato importante que puede beneficiar a la hora de lidiar con el dolor de las decisiones ajenas.  
¿Se debe de hablar de confianza en las relaciones o de un espacio de respeto a las decisiones propias y ajenas que promueva el asumir la responsabilidad de nuestros actos? ¡Ay! pero que difícil es entender que nadie tiene el menor derecho de imponer su voluntad sobre la ajena y que en la libertad de elegir, toda elección y acción tiene un precio. Intentar controlar metiendo las narices, juzgando, recriminando, obligando, chantajeando, limita o diluye la posibilidad de asumirse res-pon-sa-bles. Si señor. Otro gallo canta cuando se exponen los miedos y preocupaciones, bueno, aunque eso de hacer evidente que somos vulnerables es un riesgo, al menos se es honesto. Moverse en ese espacio de respeto es dejar de preocuparse por querer controlar a como dé lugar la voluntad ajena, pesada y desgastante tarea. 
Tengo la ligera impresión de que al final la confianza en las relaciones no se da ni se gana; se genera en un espacio de libertad mutua frente a decisiones deliberadas. Cuando se tiene la libertad de elegir, el único responsable es uno mismo, ni echar la culpa al otro nos salva.
En fin…

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