jueves, 17 de diciembre de 2015

EL VIENTO A LOS CINCUENTA




Después de estacionar el auto en el quinto piso y bajar las escaleras, ambas con los tacones que más les acomodaban, una cuidando que el vestido no levante con el viento que suele meterse en donde no le llaman y la otra ocultando los calzones largos que asoman por arriba de la pretina del pantalón de mezclilla que aprietan sus carnes redondas, abundantes y bien formadas, caminaron -con calma para no sudar- las dos cuadras que separaban el teatro del estacionamiento. 
Hay una larga cola de los que no alcanzaron boletos. Traen los suyos, obsequio directo de quien se va a presentar. 
Cubiertas por la penumbra del teatro, la música se les mete directo a la sangre que agarra la velocidad del ritmo de la salsa cubana. Aplauden y gritan bravo sin pena alguna, se abanican los sudores menopáusicos con el programa de la presentación. Al terminar salen entusiasmadas, jacarandosas y colmadas del sonido del viento de saxofones, clarinetes, trompeta y voces potentes, apresuradas a comer más música y la posibilidad de bailar también.
El show programado en la plaza adornada con las mesitas y sillas de los restaurantes aledaños, no llegó a las once ni a las doce, así que la audiencia frustrada comienza a despejar el área, ellas terminan de cenar, vacían sus copas de vino, fuman los dos últimos cigarros de la cajetilla y pagan la cuenta para regresar caminando por el auto. Será para otra ocasión.
A las doce el glamour de las siete de la noche se ha desvanecido. La pintura de labios se quedó en las copas y el pelo arreglado lo despeinó el viento. Caminan con calma a su regreso.
-Este maldito sostén que se me sale del escote.
-Le hubieras alargado los tirantes.
-No porque se me caen las tetas.
-A esta altura chula, es una por otra.
-Quizá ya no debería usar nada.
En el quinto piso del estacionamiento el calzón asoma sin reparos y el viento levanta el vestido mientras suben al auto. Se miran, ríen. A ninguna le importa.


Escrito por Alicia Ayora Talavera 

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