sábado, 9 de mayo de 2015

SUEÑO





Todo es blanco, impregnado el espacio de neblina sin dejar visible una línea que divida piso y muros. A lo largo colocadas hasta el infinito, lavadoras centrífugas blancas que anidan cuerpos, entre ellos el de mi madre, que al verme acechar por el cristal transparente de la puerta sale y se desdobla. No es ella la que conozco, esta señora está muy vieja, arrugada con manchas en las manos, tan flaca y de pelo gris. Lloro mientras la miro sorprendida, repasando su rostro y sus manos ancianas. Es mamá, lo sé, es ella en mi miedo a su muerte, por eso no trae el cabello negro y espeso, resplandeciente en el contraste de la piel de su rostro blanco y liso, sus cejas gruesas negras en una curva perfecta para cualquier ojo que las posea. Despierto de golpe y corro a la recámara para comprobar que la madre de todos los días sigue siendo la misma, no concibo que se muera, no entiendo la muerte, solo sé que es ya no estar y no volver a vernos, tan solo tengo cinco años. No está en la cama, voy a la cocina, lava platos, me escondo tras la puerta para observarla, lloro, lloro días seguidos sin decirle a nadie aunque pregunten, no quiero mirarle a los ojos hasta que me libero del futuro días más tarde con el paso imperceptible a mi escasa consciencia del tiempo.


Escrito por Alicia Ayora Talavera

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