sábado, 16 de mayo de 2015

DE LA VIRTUD DEL LLANTO Y SUS LÁGRIMAS



Las manos de la ternura
O. Guayasamin

El día que se viene al mundo (o el mundo se nos viene encima) llega el primer llanto: reacción instintiva ante lo desconocido, la manifestación de lo que entró por los sentidos ante el cambio de lugar al que se estuvo acostumbrado por meses; el lenguaje más primitivo para expresar el sinsentido de todo lo que inicia y a falta de pensamiento ante la corta experiencia de vida, es señal de que sentimos y estamos vivos. Es un llanto sin lágrimas que acaba, una vez envueltos en un abrazo. 

Las lágrimas comienzan a surgir en los llantos posteriores probablemente estimuladas por el mecanismo fisiológico del mismo, pero suena más dulce pensar que surgen ante la exigencia irracional del bienestar del calor de un abrazo y del sabor de un pecho, de miradas y sonidos dulces cuando nos hablan y miran. Pueden ser ambas cosas, supongo.

En poco tiempo y para siempre las lágrimas expresan sentimiento; dolor o gozo, manifestación de nuestra consciencia, de lo más íntimo de nuestro ser, de nuestra sensibilidad y susceptibilidad ante el sentido, del poder para conectarnos con los otros -prueba de que no estamos solos o puestos al azar aquí entre todos los mortales. Es por eso que las lágrimas son como los bostezos, contagian; con solo verlas se pegan, sean mudas, resuenen, rocen, desgarren.

No hay vacuna preventiva ante el contagio, razón para haberse inventado demasiados prejuicios sobre ellas limitando su necesidad de expresar, su abundancia y condescendencia propia y ajena, al grado de motivar a algunos para salir corriendo, otros a endurecerse, la seriedad de aquellos que no desean perder la compostura, otros se apuran a jalar el gatillo, afortunadamente aún quedan muchos que se dejan contagiar.

¿La cantidad en la que llegan las lágrimas es directamente proporcional al prejuicio sobre ellas y al motivo del sentimiento?
Creo en lo primero...
y también en lo segundo.

A veces se llora a solas por necesidad, muchas otras por apariencia.
  
No hay nada mejor que llorar solos o en compañía de alguien haciendo a un lado los convencionalismos que pudren el cuerpo ante la urgencia de expresar sin reprimirse. Somos lenguaje y el cuerpo es el vehículo que lo manifiesta. Y si, así surgen las artes, pero no podemos negar que mientras se escribe, canta o pinta se llora. 
Se llora de sentimiento, nunca de razón.

Y no creo en santos, pero las lágrimas son sagradas, las propias y ajenas. Merecen ser ofrecidas y recogidas por el abrazo de nuestros pares.  

A éste contagio no hay que buscarle vacuna, de éste se debe padecer.

Escrito por Alicia Ayora Talavera

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